Ya está llorando otra vez. El silencio en la mesa a la hora de cenar ya es costumbre. Esta noche hay tortilla de patata del bar de enfrente. Juan ha hecho una ensalada de tomate para acompañar. Hace calor. Es agosto. Dos semanas juntos. No sé cómo sobreviviré. Lloros de primero y silencio de postre. Cómo le gusta llamar la atención. Lo intento, Dios sabe que lo intento, pero su pelo tieso y grasiento preadolescente me molesta. Sus murmullos me parecen gritos. Eso le viene del lado materno. Las matan callando los Sánchez.
Es el ciclo del
odio, sin fin. Juan se levanta con pesadumbre y se van. Yo me quedo con Carlos.
Me mira. Come y calla, hijo. Le digo con la mirada. Carlos tiene seis años, ha
salido a su padre. Tímido, callado. El padre no tiene cojones a dejarme. Ya lo
hace por las noches, me abandona, ni me toca con un palo. Yo solo engordo,
fumo, a veces me masturbo en la ducha y quiero gritar y gemir, pero las paredes
son finas y me callo. Siempre me callo. Es insoportable. Y él siempre llora,
siempre acaba llorando. Creo que piensa que le odio. Y tiene razón.
Carlos y yo comemos
en silencio. El otro y el padre no vuelven. Salimos a dar un paseo ha dicho Juan
sin mirarme a la cara, a que nos dé el aire. Carlos me mira pero le da miedo
hablar. ¿Tú que miras? Le digo. Bajo el tono y controlo el veneno que se me sale
por la boca. Mamá, me dice. ¿Por qué Jaime siempre llora? Porque es marica. No
le miro a la cara al responderle. ¿Qué significa marica? Pues que hay que tener
cuidado con él, nada de abrazos ni de dormir juntos ¿de acuerdo? Se hace el
silencio tras un breve asentimiento con la cabeza.
Cuando padre e
hijo vuelven la tele está encendida, me he puesto Sálvame, Carlos ya está
acostado. ¿Qué tal el paseo, amores? Les digo sin girarme. Hago esfuerzos para
que no se me note. Muy bien, cariño. Nos vamos a dormir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario