Qué asco me da, no lo soporto. Le
arrancaría la coleta de un tirón. Siempre sabe cómo ser el centro de atención
el muy imbécil. Me lo puedes hacer tú, que llevo un par de cervezas de más y no
controlo, le dice a la guarra esa, y a mí ni me mira. A mí que me jodan, ¿no? Ya
me tiene muy vista. ¿No te he dado suficientes mamadas? A la mínima que puedes le haces ojitos a la primera zorra
que aparece.
—¿Estas bien? Estas muy callada.
—Sí, quiero llegar ya a casa.
Como si no supieses lo que me
pasa, ¡imbécil! Te va a hacer la cena tu puta madre. Hoy latita de atún y un
tomate, ale, que te den. Míralo, tan tranquilo como si no hubiese pasado nada.
La mano firme en la palanca de cambios, con esa mano le has tocado el coño a
esa guarra, eh. Seguro que has sacado esa media sonrisa tuya y le has puesto el
chocho dando palmas. Si es que me pasa por payasa. Conozco un tío que me da un
par de orgasmo y pierdo las bragas por él. Se acabó cuando llegue a casa lo
dejo.
—¿Te apetece pizza esta noche? Así
no cocinamos.
Tu que vas a cocinar, si hasta la
tortilla se te rompe al darle la vuelta, fantasma.
—No yo no voy a cenar, no tengo
hambre.
—Ah, pues pediré una para mí.
¡Qué huevos tiene! Una pizza y a mí
que me jodan, puto capullo siempre igual, te tienes que salir con la tuya, ¿verdad?
—Oye, ¿te pasa algo?
—Pregúntale a la guarra de tu
amiguita.
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