martes, 11 de mayo de 2021

Deberes

 

Lo encontré sentado en la terraza de un bar de Cuenca. Volvía de Madrid, ciudad que recomiendo ni acercarse. Hay unos seres llamados madrileños que la habitan y no son nada agradables. Paré en una estación de servicio para estirar las piernas y olvidar el asqueroso gesto que Marta había dibujado en su cara cuando le mencioné que en mi vida me mudaría a ese pozo de ambición que llaman capital. Pues si quieres trabajar algún día, tendrás que ir. El dinero está allí. Todo está allí. Tienes que pensar a lo grande si quieres vivir a lo grande. Abrí el grifo para lavarme las manos, aunque, realmente, lo hacía para acallar las tonterías que Marta metía en mi cabeza. Me asombra la facilidad con la que cualquiera puede contaminarte, lo rápido que la mierda lo cubre todo, no importa los muros que alces, ni la lejía que uses, la mierda siempre gana, se arrastra y devora a su paso todo lo que en uno habita. Vertí agua sobre mi cara en un intento de sofocar el calor de mis mejillas. El sudor serpenteaba por mi frente mezclado con agua hasta la punta de la nariz. La mirada fija en mi reflejo. Las gotas golpeando el lavabo. Agarrado al mármol con todas mis fuerzas, con los dientes y la barba apretados, me deshacía ahogado ante mi propia imagen. ¿Cuándo cambió los sueños por la avaricia?

Zorra.

—Un café solo, del tiempo, por favor. —le dije al camarero.

—¿Del tiempo?¿Qué lo quieres a cuarenta grados?

Jajajaja, don comedias. Subnormal. Marta no pidió nada, simplemente sacó el móvil y desapareció entre las publicaciones de instagram.

—¿Has visto este outfit?—¿outfit, Desde cuando habla así?— te quedaría genial, cariño.

Antes muerto que ponerme zapatos un sábado. La rabia me corroía en una descarga a través de la mandíbula. El calor era aplastante, pero, en lugar de aplastar mi irritación, no hacía más que acrecentarla. Hubiera pegado al mismo sol si no fuera porque al levantar la vista, vi sentado en una silla metálica de sweeps a alguien exactamente igual a mi. No era un mero parecido no, era una copia idéntica de mi ser. La misma nariz pronunciada, la misma frente despejada, incluso la misma forma de derramarse sobre la silla. Pero, a pesar de todo el calor que hacía en cuenca, él no sudaba. Estaba entretenido leyendo un libro, lo sujetaba desde abajo, con una mano, una mano grande vestida de venas desveladas. Estaba solo. Cómodamente solo.

—¡Pablo!, ¿Podrías hacerme caso alguna vez? Siempre igual tío, solo existe tu puto mundo. Eres un egoísta.

Marta siguió escupiendo su veneno mientras él pagaba su café al camarero, y con diligencia, se marchó hacia el coche sobre el ardiente asfalto. Llevaba unas chanclas de dedo con la banderita de Brasil.

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