¡Hamaca la
cuna! (de esto hace 77 años…)
Es de noche. Hay un bombillo desnudo en una portátil sin
pantalla. Las sombras se agrandan, el cuarto se llena de gigantes. Mi madre,
muy delgada, un camisón que le caía informe, su cuerpo blanquecino.
—¡Hamaca
la cuna de tu hermana de una vez! —me grita.
No quise, recibí un coscorrón que me marcó para siempre,
nunca más lo olvidé. Otros recuerdos se me borraron, los paseos, los juegos,
los juguetes, las golosinas, las comidas.
Mi madre se suicidó con 75 años. Hice todo lo posible por
salvarla, yo mismo la cargué en brazos para llevarla al hospital, estuvo
internada varios días, tuve que vender casi todo lo que tenía para pagar las
cuentas, si es suicidio el seguro no cubre…
No sobrevivió. Nunca lloré ni visité su tumba. Recuerdo que
lloré una vez, fue cuando murió mi primer perro, el Pete, lo había atropellado
un camión, era viejito, casi no veía.
La memoria es acumulativa y selectiva.
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