martes, 27 de abril de 2021

"Iris, la V ..." versión corregida x sugerencias de Bárbara y mucha modificación de estilo

 

Iris, la V labiodental y los agapornis (3.4)

Mi cabeza zumbaba, estaba aprendiendo algo nuevo, ahora sabía que la V se llamaba labiodental y se pronunciaba diferente de la B que era bilabial. En los años 40, y a principios de los 50 del siglo XX, asistí orgulloso a la escuela pública uruguaya, laica y liberal in extremis. Nos enseñaban a distinguir la be, familiarmente llamada larga, de la ve, conocida por corta (uve en España). Teníamos que aplicar esa diferenciación al leer en voz alta. Iris es mi maestra de 4to. año; tiene hermosos ojos almendrados, son de un verde profundo, cabello con amplios bucles, castaño claro, es de mujer, no de deidad, yo ya podía reconocer la diferencia entre ángel y mujer, como esa piel morena de suave tono aceitunado, su boca amplia, generosa y de sonrisa hipnótica, sugería misterios. Me enamoré de ella profundamente, tenía 9 años, sólo de ella, de ninguna otra maestra, ni antes ni después. No dudaba, sabía que también ella estaba apasionada por mí, lo evidenciaba llamándome por mi segundo nombre, Atilio. Era claro, esa distinción demostraba su amor hacia mí.

Iris insistía, debíamos diferenciar las pronunciaciones, una cosa era la B y otra la V. Mi diosa viviente, mi maestra de enigmática y bellísima mirada, de sonrisa cómplice, me sentía mareado cuando mostraba, usando su boca de carnosos labios y dientes esplendorosos, cómo debíamos pronunciar la V labiodental. Parecía que se preparaba a darme un beso, era mi medida del éxtasis a los 9 años.

Había contraído sarampión y tos convulsa en años anteriores, estaba aún expuesto a otras enfermedades comunes en los niños de entonces: paperas, rubéola, varicela, escarlatina. Todos temíamos la polio, pero estábamos acostumbrados a vivir en peligro. Ese año me pesqué la escarlatina. Fiebre alta y cama, no vería a mi maestra, a mi diosa de ojos verdes pronunciando la V labiodental. Vino el médico de familia, el Dr. Dufour, recetó penicilina, un medicamento novedoso en 1951. Debía guardar cama por 7 días, luego 3 más sin salir de casa, nada de agitarse, nada de esfuerzos. El Dr. Dufour notó que miraba un enorme libro de Historia Natural, mi madre compraba a plazos esas colecciones de Gallach a asiduos vendedores puerta a puerta. Yo habría preferido las historietas de Hopalong Cassidy, Buffalo Bill o Superman, pero mi madre era muy malvada: nada de esas porquerías, si vamos a gastar dinero que sirva para tu educación, decía. Compró, también en 12 cuotas, un libro de muchas páginas, era El Quijote de la Mancha ilustrado por Gustave Doré. ¡Qué dibujos tan feos y poco claros, los de las historietas eran mejores! Miraba el capítulo de aves en la Historia Natural, me gustaban los avestruces, kiwis y sus primos, los ñandús. El Dr. Dufour me dijo: je vait te montrer des oisseaux qui sont inséparables, ils s’appellent aussi inséparables, y enseguida agregó en español, te mostraré unos pajaritos que son inseparables y se llaman también así. Hojeó el libro y me señaló unos loritos pequeños, dijo que era el ave del amor, una vez en pareja no se separaban jamás. Debajo de la foto se leía a qué especie correspondían, no recuerdo, era un nombre difícil. La foto, en blanco y negro, los mostraba simpáticos, se parecían a las cotorras de monte, la plaga que junto a un grupo de amigos del barrio bajábamos a hondazos de los eucaliptus. Me quedó grabado lo de inseparables. Ah, pensé, si fuéramos como ese periquito de nombre raro, podría tener a Iris junto a mí, eterna e inseparablemente. 

A los 10 días volví al soleado anexo de la Escuela Pública Nº 80, eran sólo 4 salones en una quinta enorme, 4to A, 4to B, 5to A y 5to B. Yo estaba en 4to B. Me sentaba a sólo cinco pupitres de distancia del pizarrón, podía admirar de cerca mi diosa de guardapolvo blanco y ojos felinos; siempre etérea, insinuante al pronunciar sus V labiodentales. Me saludó por mi mejoría frente a la clase, sentí calor en mis mejillas, algún niño gritó: ¡manzanita toca foxtrot!, el mote era porque tocaba el piano y me sonrojaba con facilidad. Iris me llamó Atilio, no tenía dudas, seguía enamorada de mí. Al concluir la jornada escolar salí junto a los otros niños, debíamos recorrer un sendero largo bajo una pérgola metálica con enredaderas, tenía toda la extensión del parque, llegaba a la avenida por donde entrábamos. Iris iba delante de mí, tenía un brazo alrededor de los hombros de un niño de 4to. A, Jorge Leone Menéndez. No era amigo, pero lo conocía, vivía en el barrio. Mi corazón parecía detenerse, no podía dar crédito a mis ojos, estaba siendo despreciado, mi diosa me traicionaba con otro. Cada salida al finalizar la clase era una tortura, Iris prefería al de 4to. A. Sucedía casi todos los días, mi desolación, mi dolor, mi rabia iban en aumento. No entendía, Iris seguía llamándome Atilio y yo continuaba enamorado de ella, me sentía feliz cuando pronunciaba sus V labiodentales, pero no podía superar su traición, sufría un calvario constante. Mi diosa me humillaba, salía del colegio con otro. Fue un año duro mi 4to. grado, transitaba entre el deleite de mirarla, el de oírla, al padecimiento diario de verla salir con Jorge Leone Menéndez. Mi dolor crecía cada día, crecía como mi cuerpo, crecía como mi inteligencia, crecía como mi capacidad de sufrir.

El destino quiso que Jorge y yo asistiéramos al mismo secundario, a las mismas clases, hasta formamos parte del mismo coro de cámara de sólo 12 chicos, él barítono, yo tenor. Empezamos a vernos más, el pequeño y especializado coro nos unía. El tiempo había cicatrizado las heridas del aparente desamor de mi maestra diosa, pero no podía olvidar el rencor que me producía saber que él había sido el preferido de ella al terminar la clase. Un día me dice: le conté a mi tía que cantábamos juntos en el coro de cámara, te manda saludos, dice que siempre te recuerda con cariño. ¿Tu tía?, ¿quién es? Sí, Iris Menéndez, tu maestra de 4to B, la hermana menor de mi mamá.

Valencia, 24 de abril de 2021.

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