Andrea y Susy (v. 1.2, ya viene...)
I – El rayo verde
Andrea está sentada en la barra del cocktail lounge en el piso 20 del Hotel Sheraton. Disfruta la vista. Llegó con anticipación, la hora en el reloj de publicidad de Chivas Regal, indicaba las 19:25. Viste con sencillez y
elegancia, tiene un toque deportivo, luce más joven que lo que indican sus 36
años. Mira el mar, hay ventanales enormes, dan al suroeste, no hay nubes, el
horizonte se dibuja clarísimo, una luz anaranjada inunda el recinto. Se escucha
música de jazz, de buen nivel, suena más bien a 2 a.m., es lenta. “No me sirva nada por ahora, espero a una amiga”,
le aclara al barman. Pronto se pondrá el sol, es verano. Aquel mismo horizonte que
se ve desde la playa, el mismo sol que había acariciado a Susy, el mismo mar
que la había abrazado sintiendo que el agua era ella. Han pasado veinte años, parece
ayer.
Aparece Susy, tardó diez minutos. Luce despampanante, un
vestido ceñido en las caderas, gris pizarra, bien escotado, resalta las formas.
Su piel está tostada. Lleva algunas joyas, pendientes y un collar haciendo
juego, son sobrias. Un reloj Cartier
Santos combinado, oro blanco y amarillo, resalta en su muñeca izquierda.
Sostiene un pequeño sobre de piel negra con adornos dorados, el cierre grita Louis Vuitton. Zapatos evidentemente italianos, tacos
aguja, los lleva con la naturalidad que otras mujeres usan zapatillas. Es la Susy
de siempre, sólo más sofisticada. Pide un dry
Martini, Andrea una copa de tinto Malbec.
No saben por dónde empezar, qué contarse, se miran. Susy no
había vuelto al país, su última visita había sido 16 años atrás, vino a llevarse a sus padres a vivir en España. Estuvo unos pocos días, no vio a ninguno de sus
antiguos amigos. El barman les trae olivas. Andrea recorre imágenes del
secundario en su mente, resurgen ahora como una catarata desbordante. Sólo
cinco días atrás, Susy no era más que un recuerdo intenso, algo que la había
marcado en su adolescencia, algo que usó como un salvavidas cuando la invadía la nostalgia,
cuando el hastío se ensañaba con ella, cuando no se podía aturdir en el
esfuerzo físico. Se sumergía a fondo en su trabajo como profesora de
gimnasia en el secundario. Aun así, se sentía incompleta, durante los estudios
para la licenciatura siguió, como asignatura adicional, literatura y lengua
francesa.
Se sienten confusas, no saben de qué hablar primero. Los
pensamientos se amontonan en sus mentes. Andrea empieza por su matrimonio, lleva
nueve años casada con Mariano, apenas mayor que ella, lo conoció en el
Instituto de educación física. Tienen un niño pequeño, Rodrigo, cuatro años. Se
acerca el atardecer, el reloj con el logo de Chivas marca las 19:50, el disco
solar se agranda, algunos veleros están volviendo al puerto, la brisa viene del
oeste, muchos despliegan sus spinnakers,
se recortan en el contraluz rasante de la luz del sol. Hablan poco, hacen un nuevo
brindis, “por el reencuentro”, dice Susy. Miran el horizonte, hay unas unas
pocas nubes, ven rayos de sol como en un dibujo escolar. Susy toma su copa e
invita a Andrea a salir a la terraza. Andrea la sigue, "vayamos, quizá veamos
el rayo verde", dice.
¿El rayo verde? pregunta Susy, “sí, el rayo verde, Le rayon-vert”, contesta animadamente
Andrea y agrega: “Observemos esta puesta del sol desde nuestra intimidad,
hagámoslo en silencio, dejemos que nuestros corazones hablen”. Andrea mira su Casio Eco-Drive, faltan unos ocho
minutos para que el disco desaparezca, rompe el silencio:
“…ce será un rayon
vert, mais d’un vert merveilleux, d’un vert qu’aucun peintre neu peut obtener
sur sa palette … S’il y a du vert dans le Paradis, ce ne peut être que ce
vert-là, qui est, sans doute, le vrais vert de l’Espérance” *.
Susy queda sorprendida, no sabía que su amiga hablara
francés. Andrea le explica brevemente la leyenda escocesa del rayo verde. Hace
hincapié en que quienes lo perciban juntos quedarán automáticamente enamorados,
el uno del otro. Se quedan en silencio mirando el horizonte. Es un momento
mágico, sus corazones se abren.
El raro destello verde del atardecer no aparece, las
condiciones atmosféricas no lo hicieron posible. Sobra belleza. Un huésped
cincuentón, enfundado en un traje Armani y desbordante de acento
caribeño, pide estruendosamente un Old
Parr on the rocks, su joven acompañante quiere una Coca Cola light con limón y hielo. Susy llama al mesero,
treintañero, moreno, no deja de observar su escote, desea que reponga las
bebidas. Siguen sin hablar un largo rato. Se miran en la menguante luz que
refleja el cielo y las nubes, coloreadas como en una foto de calendario. Beben
con calma, miran el horizonte, también vuelven a mirarse. Aparece el mesero
otra vez, Susy le dice que cargue la cuenta a la 1901. Rompe el silencio que
había entre ellas, “acompáñame a mi habitación, te traje un regalo desde París,
quiero dártelo ya”, le dice. Bajan un piso, Susy está en la suite Palladium, la
mejor de la ciudad, Andrea queda boquiabierta, no puede evitar manifestar su
deslumbramiento, “es más grande que todo mi apartamento”, manifiesta. Andrea
abre el guardarropa y saca un tubo de bambú tallado por aborígenes. Se lo da, “ábrelo”,
habla como si diera una orden, la mira a los ojos. Dentro, Andrea encuentra un
papel membretado del hotel George V,
Fauburg Champs Elyseés, Paris. Está arrollado, cuando lo estira lee este poema:
Thought, dreaming:
While dreaming,
still
missing your skin,
not living
Dreaming still,
still missing
living still,
still waiting
Living?
no, waiting
dreaming?
no, missing
Missing
dreaming?
waiting,
Dying?
Susy le da otra hoja, lleva el membrete de Hands of Oceania, “no sabía cómo estaba
tu inglés, hice esta traducción, es sólo aproximada”:
Pensaba,
soñaba:
Mientras soñaba
todavía
extrañando tu piel
sin vivir
Soñando quieta,
todavía extrañando,
viviendo todavía,
todavía esperando
¿Viviendo?
no, esperando
¿soñando?
no, extrañando
Extrañando
¿soñando?
esperando
¿muriendo?
Andrea lagrimea, busca en su billetera, saca de un apretado bolsillo un fotografía pequeña, está ajada por el tiempo, la lleva consigo desde el secundario, están las dos. Se abrazan, primero con emoción, luego se transforma en pasión. Susy sugiere que llame a su esposo y le diga que va a volver tarde, que se ocupe del niño pues se quedará a cenar con ella en el hotel. Llama al room service, pide la cena que eligió para las dos, agrega una botella de Veuve Cliquot brut.
Susy no tiene negocios en Sudamérica, sólo se queda cuatro
días, se ven a diario. Piensa en inventar algo para viajar y verla más seguido.
Andrea se siente bien, más segura ahora, Susy también. Ambas, por primera vez
en sus vidas, están plenamente satisfechas, tranquilas, contentas. Susy evalúa el inglés
de Andrea, es insuficiente, es lo que aprendió en el colegio. Le regalará un
curso intensivo y personalizado de inglés. Le brillan los ojos, su
mente fantasea, quiere estar con Susy, en Australia o donde sea. Los hechos
empiezan a cambiar de rumbo, ¿Qué podría hacer con el marido y el niño? Su
relación con Mariano es penosa, anodina, siente como que está por obligación.
Cuando se ve con Susy no hay ninguna simulación, son totalmente auténticas.
Liberan su ser íntimo, viven una pasión. La intuían, nunca se habían animado,
no aquilataban su real magnitud. Están felices. Tienen planes, nunca más se
separarán.
“--Mais, au fait, […] nous ne l’avons pas vu, ce rayon que nous avons tant voulu voir ! ...
--Nous avons vu mieux ! [...] Nous avons vu le bonheur même -celui que la legende attachait á l’observation de ce phénoméne- puisque nous l’avons trouvé [ma chère Susy] qu’il nous suffise, et abandonnons à ceux qui ne le connaissent pas, et voudront le connaître, la recherche du Rayon-Vert !”** recitó Andrea.
II - Amsterdam
III – El zorro pierde el pelo, pero no las mañas
Dos años después, era noviembre de 2004, Andrea y Susy conversan mientras toman el té de la tarde. Están en la verandah de la casa principal del Borroloola-Kiana Cattle Station, la enorme propiedad de Susy que recibió de su exmarido, Greg, fue parte del arreglo financiero del divorcio. Rodrigo, el niño de Andrea, juega cerca de ellas con uno de los perros. El padre del niño aceptó que viviera con su madre y su nueva esposa en Australia. Llevan un año casadas. La ejecutividad y recursos de Susy ayudaron a que el divorcio de Andrea, la relocalización de sus padres, la custodia del niño, la residencia en Australia y hasta las clases de inglés, se realizaran en tiempo récord.
Se sienten despojadas de límites, nada las constriñe, se abren, hablan sin tapujos, no hay más secretos, por fin comparten una sola intimidad. Susy cuenta sus aventuras en la quinta del general, los detalles que nunca había develado a nadie, Andrea hace lo mismo, habla del origen de su frustración sexual, el fracaso al tratar de hacer el amor con Roberto, su amigovio del secundario. Se ríen, son otra vez las compinches, las amigas íntimas del secundario. Están vivas.
De pronto, se oye un avión, vuela a baja altura. Andrea
sirve más té, vertió un poco de leche fría antes, lo aprendió de Merindah, la mayordoma aborigen de la finca, fiel a las más rancias tradiciones británicas. Susy mira su Rolex GTM-Master, es su reloj favorito cuando está en el campo, su
esfera grande parece darle más autoridad. Aparece apresuradamente el capataz de
la finca, Akala Dainan, tiene la piel
de un marrón oscuro, su cabello es rubio-rojizo, le anuncia a Susy que el
piloto del Piper Twin Comanche, Richard Wyland, solicita permiso para aterrizar.
Susy da la autorización.
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