Bliss I
(no hay una traducción exacta del inglés, quizá dicha, pero no es lo mismo)
¿Cómo describir lo que no se
ve?, ¿cómo hablar de que el aire es sanador?, ¿cómo definir un cielo impoluto?,
¿cómo explicar un aroma indefinible?
Un cielo sin alteraciones, bellamente uniforme, restos de sol cálido en las partes altas de los edificios, ruidos lejanos, ríos que corren por las avenidas, el aire apenas quieto que sana**, temperatura sin sorpresas, una explosión de charlas que se apagan al cruzar una puerta, mucho cielo, las nubes huidas, sólo los contrastes de la luz anaranjada, el cielo celeste, el gris oscuro de las sombras, la vuelta, el imperio de tinta, el conocimiento y la necesidad humana de expresarse con emociones.
Correcciones: * en el original agregaba “…, casi sin ruido”; ** ídem aquí “… que parece sanar”
Reflexión a posteriori:
Al salir, terminado el taller, registré lo que no había
percibido en la caminata: la suciedad, los escombros, el polvo, los andamios,
la gente que caminaba por esta calle, los escaparates, las luces, el ruido
ensordecedor del tráfico que llegaba desde la avenida, el frío del aire, el
olor de los escapes de automóviles, el bar La Raspa donde cada martes me siento
por media hora a tomar café, las cebras de cruce no siempre respetadas, las
carátulas y los títulos de los libros, la transformación del enorme edificio a
hotel, manadas de puertas aburridas, avalanchas de ventanas anodinas. Me sentí
abrumado, dos horas antes no habían existido para mí.
Bárbara me preguntó varias veces si ese estado, esa
sensación que me llevó a escribir los cortos textos del ejercicio no era algo
que traía ya de antes, una predisposición. Afirmé con firmeza, y vuelvo a
hacerlo, que no fue así. Deduzco esto ahora: quizá haya tenido una marcada
influencia la conversación previa al comienzo del taller: cuando entramos al
salón de clase nos sentimos “raros”, nos abrazaba una sensación inexplicable ,
algo que no lográbamos entender. Era la misma sala de siempre, nada había
cambiado físicamente, ni las mesas, ni las sillas, ni las fotos, ni las paredes,
ni las luces, ni nada visible. Notamos un olor, no desagradable, bastante
fuerte, quizá de algún elemento de limpieza. ¿Sería por eso? Hablamos de la inmediatez
con que llegan al cerebro las sensaciones de los aromas, cómo nos quedan
grabados, a veces para toda la vida. Es natural que estemos siempre alerta a
todo lo que se huele. Por otro lado, existen elementos volátiles, más bien
señales todavía sin analizar, son como aromas que no percibimos conscientemente
(como el que genera una hembra en celo
o, más elegantemente, una mujer que está fértil, lo mismo si está embarazada).
Esas señales llegan de alguna forma al cerebro en ciertas ocasiones. Baste un
ejemplo simple: los perros perciben el miedo en los hombres por secreciones que
son inescrutables para los humanos. Reacciones, capacidades, sentimientos muy
primitivos que todos arrastramos a pesar de millones de años de evolución como
primates homínidos.
Pienso ahora en los dos minutos de silencio, la concentración
previa al paseo. Fue una meditación, los ojos cerrados incrementan la
concentración de nuestra mente en los otros sentidos, en aquellos muy diferentes
de la vista. Tuve clara, además, mi propia voluntad de evitar encarar el paseo
como un escenario para fotografías. Había utilizado el mismo ejercicio en seminarios
de jóvenes fotógrafos, servían para la detección de situaciones con objetivos fotogénicos
e interesantes fuera donde fuera. Mi motto
había sido: Fotografiar es ver, y ver es
sentir.
Conversaba con Pablo, sorprendido por mi ceguera en el ejercicio: si se hubiera
cometido un asesinato allí, durante el paseo y en la mismísima calle grabador
Esteve, no podría haber sido peor testigo, no capté nada de lo que físicamente
nos rodeaba. Ahora pienso que no es tanto que haya ignorado el entorno físico
sino que fui invadido por sensaciones generadas, básicamente, por el estado
atmosférico del momento al interactuar con lo que yo deseaba. Puro Bliss. O sea que el archiconocido poema:
Y es que en el mundo traidor
nada hay verdad ni mentira:
todo es según el color
del cristal con que se mira.
sigue teniendo tanta vigencia como siempre; gracias Ramón de
Campoamor.
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