viernes, 18 de diciembre de 2020

"Bliss": ejercicio Nº4 escrito en el taller luego del breve paseo

 

Bliss I

(no hay una traducción exacta del inglés, quizá dicha, pero no es lo mismo)

 

¿Cómo describir lo que no se ve?, ¿cómo hablar de que el aire es sanador?, ¿cómo definir un cielo impoluto?, ¿cómo explicar un aroma indefinible?

 Como sentir la felicidad existencial de lo esencial, como alimentarse sólo de oxígeno puro liberado por flores, como imaginarse estar cercano al edén, como un hecho sin lógica que no se percibe por los sentidos.

 La atmósfera apenas quieta del Mediterráneo, la calle casi olvidada*, la avenida lejana y murmurante, la tinta aun fresca de los libros.

 Mi bienestar cotidiano y cercano, mi deseo de calma y reflexión, mi sueño de clima y dicha, mi goce ante el blanco y negro del conocimiento.

 Bliss II

Un cielo sin alteraciones, bellamente uniforme, restos de sol cálido en las partes altas de los edificios, ruidos lejanos, ríos que corren por las avenidas, el aire apenas quieto que sana**, temperatura sin sorpresas, una explosión de charlas que se apagan al cruzar una puerta, mucho cielo, las nubes huidas, sólo los contrastes de la luz anaranjada, el cielo celeste, el gris oscuro de las sombras, la vuelta, el imperio de tinta, el conocimiento y la necesidad humana de expresarse con emociones.  

Correcciones: * en el original agregaba “…, casi sin ruido”; ** ídem aquí “… que parece sanar”

 

Reflexión a posteriori:

Al salir, terminado el taller, registré lo que no había percibido en la caminata: la suciedad, los escombros, el polvo, los andamios, la gente que caminaba por esta calle, los escaparates, las luces, el ruido ensordecedor del tráfico que llegaba desde la avenida, el frío del aire, el olor de los escapes de automóviles, el bar La Raspa donde cada martes me siento por media hora a tomar café, las cebras de cruce no siempre respetadas, las carátulas y los títulos de los libros, la transformación del enorme edificio a hotel, manadas de puertas aburridas, avalanchas de ventanas anodinas. Me sentí abrumado, dos horas antes no habían existido para mí.

Bárbara me preguntó varias veces si ese estado, esa sensación que me llevó a escribir los cortos textos del ejercicio no era algo que traía ya de antes, una predisposición. Afirmé con firmeza, y vuelvo a hacerlo, que no fue así. Deduzco esto ahora: quizá haya tenido una marcada influencia la conversación previa al comienzo del taller: cuando entramos al salón de clase nos sentimos “raros”, nos abrazaba una sensación inexplicable , algo que no lográbamos entender. Era la misma sala de siempre, nada había cambiado físicamente, ni las mesas, ni las sillas, ni las fotos, ni las paredes, ni las luces, ni nada visible. Notamos un olor, no desagradable, bastante fuerte, quizá de algún elemento de limpieza. ¿Sería por eso? Hablamos de la inmediatez con que llegan al cerebro las sensaciones de los aromas, cómo nos quedan grabados, a veces para toda la vida. Es natural que estemos siempre alerta a todo lo que se huele. Por otro lado, existen elementos volátiles, más bien señales todavía sin analizar, son como aromas que no percibimos conscientemente (como el que genera una hembra en celo o, más elegantemente, una mujer que está fértil, lo mismo si está embarazada). Esas señales llegan de alguna forma al cerebro en ciertas ocasiones. Baste un ejemplo simple: los perros perciben el miedo en los hombres por secreciones que son inescrutables para los humanos. Reacciones, capacidades, sentimientos muy primitivos que todos arrastramos a pesar de millones de años de evolución como primates homínidos.

Pienso ahora en los dos minutos de silencio, la concentración previa al paseo. Fue una meditación, los ojos cerrados incrementan la concentración de nuestra mente en los otros sentidos, en aquellos muy diferentes de la vista. Tuve clara, además, mi propia voluntad de evitar encarar el paseo como un escenario para fotografías. Había utilizado el mismo ejercicio en seminarios de jóvenes fotógrafos, servían para la detección de situaciones con objetivos fotogénicos e interesantes fuera donde fuera. Mi motto había sido: Fotografiar es ver, y ver es sentir.

Conversaba con Pablo, sorprendido por mi ceguera en el ejercicio: si se hubiera cometido un asesinato allí, durante el paseo y en la mismísima calle grabador Esteve, no podría haber sido peor testigo, no capté nada de lo que físicamente nos rodeaba. Ahora pienso que no es tanto que haya ignorado el entorno físico sino que fui invadido por sensaciones generadas, básicamente, por el estado atmosférico del momento al interactuar con lo que yo deseaba. Puro Bliss. O sea que el archiconocido poema:

Y es que en el mundo traidor

nada hay verdad ni mentira:

todo es según el color

del cristal con que se mira.

 

sigue teniendo tanta vigencia como siempre; gracias Ramón de Campoamor.

 Valencia, 17 de diciembre de 2020.

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