Me estaba esperando. Su cuerpo, apenas cubierto por una bata semitransparente, descansaba recostado en el cabecero de la cama. Fui acercándome a ella muy despacio, no quería sobresaltarla. Rocé mis labios sobre su vientre, apenas una caricia, pero suficiente como para notar que su piel estaba tibia, como si acabara de llegar de la calle o llevara demasiado tiempo desvestida en el frío de aquella habitación.
Mientras mi boca recorría cada uno de los valles y montes de su figura blanca, casi translúcida, no pude evitar sentir agradecimiento. No estábamos pasando una buena época y, sin duda, aquel gesto era un intento de volver a encauzar nuestra relación.
Le besé fuerte, buscando la pasión que cada día me costaba un poco más sentir. Hice un esfuerzo por ignorar su olor corporal, le hacía falta una ducha, pero siempre me he considerado un caballero y no pensaba dejar que ningún gesto o movimiento delatara que lo había percibido.
Recorrí sus afilados pechos, con el dorso de la mano, trazando curvas y circunvalaciones para, finalmente, entretenerme en el vello de su pubis. Última etapa con destino a su sexo. No pude evitar sentirme decepcionado, parecía que todo iba tan bien que casi esperé sentirlo húmedo y receptivo. Pero fue en vano. Resignado, abrí el cajón de la mesita de noche. Allí guardaba el lubricante, mi fiel aliado durante los últimos meses. Solía picarla diciéndole que ya se estaba haciendo vieja, que eso antes no le pasaba, pero en realidad estaba convencido de que la causa de aquella sequedad no es que ella estuviera mayor, sino que lo estaba yo.
Me desvestí envuelto en aquellas dudas y sintiendo cómo la presión de mi entrepierna comenzaba a disminuir. Ahora no amigo, no me falles tú también. Unas gotas de lubricante y un ligero masaje manual dispersaron mis temores. Ya estaba listo de nuevo para la acción.
Unas gotitas más para ella y, sin más preliminares, me dispuse a penetrarla. Siempre he pensado que una de las partes más placenteras de echar un polvo es esa primera penetración, cuando tu miembro es abrazado con fuerza por un orificio prieto que, inevitablemente, acaba dilatándose y dando paso a un baile muy agradable pero más monótono.
Cerré los ojos y me esforcé en captar aquella sensación, aislándola del roce de cuerpos y el quejido de los músculos poco ejercitados.
En aquel momento un golpe sonó en la puerta y todo se volvió confuso. Antes de poder hacer nada, alguien me derribó hincándome una rodilla sobre la espalda e inmovilizándome contra el suelo. Un zumbido atronaba en mi cabeza. Perdí el conocimiento y al despertar…
— —¿Qué estáis haciendo?
La presión apenas me dejaba respirar. Alcé la cabeza y ví cómo unos hombres con casco y uniformes azul oscuro la cogían y empezaban a meterla en una bolsa. No podía ser, debía de haber un error. Se dirigían a mí a voz en grito pero no lograba entender nada.
— —¿Qué hacéis? Dejadla ir ¿Por qué la metéis en esa bolsa? Cariño, por favor diles algo, diles que paren. ¿Por qué no hablas? Tienes que estar dormida. Por favor dejadla, no le pasa nada, solo está dormida. Cariño, ¿Por qué no les dices nada? Dejadla en paz.
Solo está dormida
Solo está dormida
Solo está dormida
No hay comentarios:
Publicar un comentario