domingo, 22 de noviembre de 2020

Apartado 3 del relato y Sexo.

 

TRES

La primera vez que volé tenía 18 años. También fue adentro de un auto, un Fiat Duna azul. En esa época que los asientos de atrás se plegaran era casi un milagro de la tecnología. Se me vienen a la mente mi pueblo y las montañas, la cordillera desnuda por el verano. En mi vida han habido pocos milagros pero ese fue uno, que mi amigo se olvidara de dejarme las llaves de su casa. Y ella.

Si lo pienso bien la primera vez que la besé fue la única vez que he besado nunca. Quisiera volver a esa noche, que este asiento de piel se convierta de nuevo en el bordillo blanco de la jardinera de La Toldería, que la sorpresa de la química nos deje pasmados otra vez en esa burbuja que duró tan poco tiempo.

Fuimos por hamburguesas y vino a la tanguería donde nos habíamos conocido. No me acuerdo bien como llegamos a estar justo del otro lado del lago, con el pueblo de frente, como si una especie de milagro hubiera obrado para que el Duna pudiera pasar sobre las aguas. Creo que solo por ella hubiera sido capaz de creer en Dios.

Dimos vuelta los asientos con hambre, con sed, con los nervios en la sangre, en la lengua. Me quité la ansiedad junto con la camisa y la desnudé como supe, con la prisa del adolescente que era, con la intuición de la fiebre. Sus pezones duros se pegaron a mi pecho pálido patagónico y con eso se me deshizo el mundo. La burbuja de los besos voraces crecía, brillaba húmeda y viscosa entre sus piernas. Éramos dos pulpos colisionando en un festival de tentáculos y descargas eléctricas, éramos como esos dioses indios llenos de brazos y de ojos, llenos de bocas, cubiertos por una capa de sudor espeso, meciéndonos azules, impregnados, apretándonos la carne de los muslos, de la espalda, mordiéndonos el cuello, las orejas y el alma, gimiendo como dos gigantes heridos, como dos gladiadores, bailando al ritmo de un cardumen de peces. Se nos desbordaba el cuerpo en los dedos, se nos multiplicaban las vértebras, se nos volvían líquidos el amor y el asombro. Abandoné mi vida tibia en su vientre esa noche y no la recuperé jamás.

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