A
Fred le gustaba fumar, beber y follar. Por suerte para él, esas tres cosas
suelen ir de la mano cuando la noche reina en el cielo, ‹‹y hoy, hoy es viernes
por la noche.››
La odisea empezó como de costumbre, en el bar la luciérnaga. Fred carburaba motores en
la barra del bar, sujetando un whisky en la mano izquierda, que le servía como
contrapeso del Marlboro en su derecha. Eran las doce y media, cuando por la
puerta, entró una mujer morena de escote pronunciado. Vestía el rojo, a juego
con los labios. Unos labios carnosos que llevaban sellados todas las pasiones
que Fred deseaba en el mundo. Éste, al verla llegar, dio una larga calada a su cigarrillo, iluminándose
una llama que había nacido en sus ojos. El ruido de los tacones atrajo toda la atención del local. Daba la sensación de que aquellos pasos, de bombo grave, se convertían en música marcial, la cual, aprovechó aquella mujer para recogerse el pelo hacía un lado, mostrando su espalda desnuda, mientras liberaba un perfume de lilas y grosellas que conquistó el ancho del salón. Fred movido por el aroma, se acercó a ella y la invitó
a un cigarrillo.
—Muchas
gracias, aunque podrías haberme invitado a una copa -dijo la mujer.
—La
invitaría señorita, pero es un poco pronto, todavía no nos conocemos —le contestó Fred.
La
mujer sonrió cálidamente, y Fred le devolvió la sonrisa con los ojos.
—¿Qué
haces aquí? ¿Esperas a alguien? —le preguntó ella.
—Te
estaba esperando a ti.
—¿A
mí? —dijo apoyándose una mano en el escote y fingiendo asombro.
—A
ti, o a alguien como tú. Vengo buscando... una aventura, o algo de diversión, y
yo creo que tú tienes lo que busco —dijo Fred desnudándola con la mirada.
—No te equivocas —le respondió ella—. Soy
Rebeca.
—Yo Federico, pero llámame Fred —le dijo
sonriendo.
—Bien, Fred —dijo exhalando el humo del cigarrillo—.
Sé de un sitio que puede complacerte. —Rebeca deslizó una nota con una dirección apuntada hasta su lado de la
barra.— Allí te veo.
Fred
bajó de su Seat Ibiza exprimiendo su cigarrillo mientras imaginaba a Rebeca en
el marco de la puerta esperándole. Se debatía entre si prefería encontrarla
desnuda o con el sugerente vestido rojo, cuando la puerta se abrió y en lugar
de Rebeca, apareció un hombre gordo, de unos doscientos kilos y cara de orangután.
—Tú no eres Rebeca —dijo Fred.
—No. Soy su hermana gemela —contestó guiñándole
un ojo.
Antes de poder preguntar dónde estaba, Fred
vislumbro una mesa adornada con un tapete verde y dos caras todavía más horribles
que la del portero.
—Genial,
pues ya estamos todos. Os presento a Fred —dijo Rebeca señalándole con la
nariz—. Fred, estos son Pelé y Melé. Jugaremos los cuatro.
El primer pensamiento de Fred fue escapar de aquella habitación, pero su instinto chulesco y dominante le fundió a aquella silla. Aunque Fred no se acobardaba fácilmente, pidió su segundo whisky y se encendió su enésimo cigarrillo. Hundió los codos en la mesa y la mirada en los pechos de rebeca. La partida transcurrió como cabría esperar, Fred y Rebeca desplumaron a los otros contrincantes.
Fred iba por el cuarto whisky. Apostaba
fuerte, y mentía como un perro. Ronda tras ronda, whisky tras whisky, Fred perdió su dinero, para después perder su coche y por último, su identidad.
—¿Por
qué estás tan serio cariño? ¿No es lo que buscabas? Ha sido una gran noche.
Fred
no supo que contestar. Rebeca se sentó sobre él a horcajadas, situándole sus
pechos a escasos centímetros.
—¿Listo
para otra aventura, mi amor? —le susurró.
No hay comentarios:
Publicar un comentario