«Ya soy
demasiado viejo para esto», me repetía, sentado en la sala de espera. Cuando entré en el despacho
del jefe de recursos humanos, este, un hombre joven, impecablemente trajeado,
me resultó vagamente familiar.
—Disculpe,
venía por la entrevista de trabajo.
—Pase,
Arturo, no sea tímido, estamos entre amigos. Cuando vi su nombre entre la lista
de aspirantes no me lo podía creer —le miré extrañado, no conseguía ubicar a
aquel personaje—. ¿No me recuerda? Claro, es natural, hace mucho tiempo que no
nos vemos. Sin embargo, yo sí que me he acordado mucho de usted. Llevo tantos
años queriendo darle las gracias por su nota… Si no fuera por ella, estoy
seguro de que no habría logrado llegar hasta aquí –dijo golpeando orgulloso su
mesa con las palmas—. De hecho, no solo la guardé, sino que la he traído. He
pensado que le gustaría verla.
Me tendió un
trozo de papel doblado, aunque lleno de arrugas. Parecía que alguien lo hubiera
tirado a la basura para luego arrepentirse y rescatarlo. Extendí el escrito con
cuidado. No cabía duda, era mi letra.
—Léala,
léala por favor —dijo en tono condescendiente.
Querido Fermín:
Como usted bien sabe, esta empresa se
queda pequeña ante su gran talento. El trabajo que ha desempeñado durante estos
meses ha sido impagable. Nos gustaría tener en nómina a más trabajadores como
usted, pero somos un pequeño negocio y no podemos permitirnos las retribuciones
que sin duda merece. Lamentablemente nuestra
empresa es demasiado humilde para una persona de su perfil. Por ello, y con el
fin de no entorpecer el gran futuro que le espera, nos vemos obligados a
prescindir de sus servicios.
Atentamente, Arturo.
Al acabar,
aquel antiguo becario del que tan solo guardaba un tenue recuerdo, me hizo un
gesto para que le devolviera la nota.
—Bueno, no
sé qué decir —balbuceé.
— No hace falta que diga nada amigo Arturo. Hoy estoy sensible y no me gustaría acabar emocionándome. Vayamos al grano. En cuanto al empleo que viene a solicitar, no tiene por qué preocuparse. Ya nos conocemos, y sería imperdonable que esta humilde empresa dejara escapar a un hombre de su experiencia, recorrido y del que guardo tan buen recuerdo. Como es obvio, tengo que entrevistar al resto de candidatos, pero es un mero formalismo. No se despegue del teléfono porque, con toda probabilidad, en unas horas, o puede que días, le llamaré para comunicarle que el puesto es suyo. De todas formas, permítame un consejo: por si acaso, no rechace todavía las múltiples ofertas que sin duda tendrá en la recámara.
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