Dientes
(ejercicio No.1, tema: obsesiones)
Los dientes, sus dientes, esos dientes; dientes que son
ahora como una marca de agua en mi cerebro. Dientes que se convierten en el
fondo de mire lo que mire, escuche lo que escuche, saboree lo que saboree, olfatee
lo que olfatee, toque lo que toque. Aún aparecen allí con sólo pensar, son como
guardianes de mis neuronas. Están siempre, sus dientes, esos dientes. Grabados,
esculpidos e inevitables en mi mente. Me atrajeron desde la primera vez, los vi
hace unos meses. Están magistralmente dimensionados, matemáticamente
distribuidos, son armoniosamente blancos, inmaculadamente virginales. Quizá la
proporción áurea se creó en el Big Bang a partir de dientes como esos.
Los veo cuando me muestra una sonrisa con el marco perfecto
de sus labios serviciales. Sonrisa socarrona e ingenua, inteligente y
maravillada, una sonrisa hecha a mi medida, una sonrisa hecha para ofrecerse
plenamente, una sonrisa para regalarme sus dientes inigualables
Adoro que me hable. Oigo sus dientes modulando palabras. Me mira con su boca, se entreabre para incitarme. Ríe, y me siento cerca
del éxtasis al percibirlos: húmedos, sensuales, invitantes, adorables, indiscutiblemente
perfectos. Creo que le atraigo. No me cabe duda; sé interpretar el lenguaje de
esos dientes siempre expresivos, rodeados por una ávida sonrisa.
Me decido. La veo ya desde cierta distancia. Me voy
acercando. Una enorme pasión me invade. Siento que debo ir a por todo. Finalmente llego y
le hablo triunfal, apasionado, ensimismado, concentrado, entusiasmado,
ilusionado, enfático, rebosante de amor por esos dientes:
“¡Qué bonitos dientes
tienes!” pronuncio con seguridad. Enseguida tiemblo expectante ante su posible respuesta. Entonces, desde detrás de la mampara de acrílico y a través de su mascarilla me dice:
“Gracias, son € 18,25,
¿quieres una bolsa? Siguiente por favor”
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