“Bella”, adjetivo
elegido
Estimada señorita:
Disculpe este encabezamiento, no sé su nombre, estoy
impresionado, ¡qué bella mujer es usted! Seguramente no me recuerde, yo estaba sentado
en otra mesa, a unos 3 metros de usted, fue en la terraza de la cafetería Starbucks de Klimentovskiy Pereulok, cerca de la boca del Metro. Comprendo que
no sepa quién soy, ¡cómo iba a fijarse en mí!, una inocua y olvidable presencia,
un modesto turista con cámara colgada al cuello, comía un sándwich acompañado
de un té. Todo esto acontecía mientras a usted la invadía el excitante e
irreprimible mundo circundante desde su ordenador. No pude evitar quedar fascinado,
me impactaron sus bellas trenzas del color del sol, ese sol que brilla por tantas
horas en el verano de Moscú. Me sentí confundido, pensé que era usted quien
esparcía esos rayos de luz, parecían partir de su dorada cabellera. Usted bebía
con placer un humeante cappuccino con
cookies, estaban en un platito embellecido
con flores y arabescos tan frescos como los centros de mesa con margaritas, multicolores
y adorables alstromerias, el plato de una porcelana tan tersa como la piel de
su hermoso rostro. La vi, la miré, la admiré, todo en usted era belleza y armonía.
La fijé en mi memoria, la tengo esculpida como si fuera en granito.
¿Me permite llamarla mi bella moscovita? Aventuro, dada su sofisticación,
que es de Moscú. No puedo ignorar sus hombros angulosos y suaves a la vez, su
piel pálida que resalta aún más ese ajustado vestido negro que lleva,
sensualmente ceñido a su cuerpo; sé que el negro ya no significa luto, menos
aún que sea una campesina. Noté su cazadora de piel del mismo rojo carmesí que
sus labios, corta, con amplias solapas, la colgó en la otra silla. Usted, mi
bella moscovita, es pura elegancia, pura sugestión, quizá puro misterio. Vi sus
comprensivos ojos, pálidos como un cielo azul a través de la bruma, vi cómo reverberaban
con vivacidad ante el apasionante universo de la pantalla de su ultrabook. La vi fumar con fruición,
eran largos cigarrillos; los odio, pero con usted los adoré, era la oportunidad
de apreciar sus carnosos labios curvándose con sensualidad para aspirar, la vi disfrutar
ese vaho reconfortante que dicen sentir quienes fuman, hasta me gustó ver el
humo que salía de su boca, entonces ligeramente abierta, parecía preparada para
un beso. No me importó que las cenizas cayeran al piso, la copiosa nieve del
invierno las cubrirá, luego, el deshielo de primavera las arrastrará al río Moscova. Pude ver sus manos, me
recordaron las esculpidas por Buonarroti, blanquecinas, elongadas, suplicantes,
noté débiles marcas de azuladas venas. Al verlas sujetar sus cigarrillos, al
verlas teclear el ordenador, al verlas coger las cookies y al verla a usted, no me cabe ninguna duda; ¡usted lleva
sangre azul!
Su cappuccino está
aún por la mitad, mientras, yo terminé el sandwich y bebí con cortos sorbos el
té ahumado Russian Caravan. Miro el
reloj, en tres minutos llegará el autocar de la excursión, visitaremos el Museo de la Gran Guerra Patriótica en la
colina Poklonnaya. Sólo me resta
despedirme, obviamente, usted no podrá responderme al igual que yo tampoco
puedo enviarle esta carta. Gracias por existir, me inspira. Y usted, en su
silencio, ¿no escribiría?
Hasta siempre mi bella moscovita.
Un turista
No hay comentarios:
Publicar un comentario