martes, 22 de junio de 2021

Bella - adjetivo elegido (ej. N12 alternativa "ñoña" con inclinaciones decimonónicas)

 

“Bella”, adjetivo elegido

 

Estimada señorita:

Disculpe este encabezamiento, no sé su nombre, estoy impresionado, ¡qué bella mujer es usted! Seguramente no me recuerde, yo estaba sentado en otra mesa, a unos 3 metros de usted, fue en la terraza de la cafetería Starbucks de Klimentovskiy Pereulok, cerca de la boca del Metro. Comprendo que no sepa quién soy, ¡cómo iba a fijarse en mí!, una inocua y olvidable presencia, un modesto turista con cámara colgada al cuello, comía un sándwich acompañado de un té. Todo esto acontecía mientras a usted la invadía el excitante e irreprimible mundo circundante desde su ordenador. No pude evitar quedar fascinado, me impactaron sus bellas trenzas del color del sol, ese sol que brilla por tantas horas en el verano de Moscú. Me sentí confundido, pensé que era usted quien esparcía esos rayos de luz, parecían partir de su dorada cabellera. Usted bebía con placer un humeante cappuccino con cookies, estaban en un platito embellecido con flores y arabescos tan frescos como los centros de mesa con margaritas, multicolores y adorables alstromerias, el plato de una porcelana tan tersa como la piel de su hermoso rostro. La vi, la miré, la admiré, todo en usted era belleza y armonía. La fijé en mi memoria, la tengo esculpida como si fuera en granito.

¿Me permite llamarla mi bella moscovita? Aventuro, dada su sofisticación, que es de Moscú. No puedo ignorar sus hombros angulosos y suaves a la vez, su piel pálida que resalta aún más ese ajustado vestido negro que lleva, sensualmente ceñido a su cuerpo; sé que el negro ya no significa luto, menos aún que sea una campesina. Noté su cazadora de piel del mismo rojo carmesí que sus labios, corta, con amplias solapas, la colgó en la otra silla. Usted, mi bella moscovita, es pura elegancia, pura sugestión, quizá puro misterio. Vi sus comprensivos ojos, pálidos como un cielo azul a través de la bruma, vi cómo reverberaban con vivacidad ante el apasionante universo de la pantalla de su ultrabook. La vi fumar con fruición, eran largos cigarrillos; los odio, pero con usted los adoré, era la oportunidad de apreciar sus carnosos labios curvándose con sensualidad para aspirar, la vi disfrutar ese vaho reconfortante que dicen sentir quienes fuman, hasta me gustó ver el humo que salía de su boca, entonces ligeramente abierta, parecía preparada para un beso. No me importó que las cenizas cayeran al piso, la copiosa nieve del invierno las cubrirá, luego, el deshielo de primavera las arrastrará al río Moscova. Pude ver sus manos, me recordaron las esculpidas por Buonarroti, blanquecinas, elongadas, suplicantes, noté débiles marcas de azuladas venas. Al verlas sujetar sus cigarrillos, al verlas teclear el ordenador, al verlas coger las cookies y al verla a usted, no me cabe ninguna duda; ¡usted lleva sangre azul!

Su cappuccino está aún por la mitad, mientras, yo terminé el sandwich y bebí con cortos sorbos el té ahumado Russian Caravan. Miro el reloj, en tres minutos llegará el autocar de la excursión, visitaremos el Museo de la Gran Guerra Patriótica en la colina Poklonnaya. Sólo me resta despedirme, obviamente, usted no podrá responderme al igual que yo tampoco puedo enviarle esta carta. Gracias por existir, me inspira. Y usted, en su silencio, ¿no escribiría?

Hasta siempre mi bella moscovita.

Un turista

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