martes, 25 de mayo de 2021

Si queréis adelgazar, escribid

 Historias pegadas al gotelé, no fui consciente, pero ahí estaban. Papá me las contaba todo el tiempo, durante el baño o arropado en la cama. Tenía libros que no había abierto, frases esperándome. Aventuras tras recelosas páginas olvidadas por un mundo nuevo: los pokemons. Es lo que hay. Es inevitable.

Es curioso cómo funciona el tiempo. Es oblicuo o es una serpiente, pero nunca recto. A veces, muerde tan fuerte que te devuelve bajo tierra, al subsuelo. En mi caso, fue tras un amor. Fui poeta. Poeta instrumentalizado por los deseos de un amor de 15 años. De ahí, al cementerio. Al cementerio marino de Paul Valéry, o eso decía mi padre. No te llamas Pablo Valero por casualidad, hijo, me decía riendo.

En el cementerio, la tinta se convirtió en tierra y el amor en herida. Las historias pegadas al gotelé quedaron desnudas y, a mi pesar, insuficientes. Hasta que llegó bravo como el toro, Miguel Hernández. Me dio voz y hablé su lengua. Con la lengua del toro lamía la sangre de mi herida. Me dio ira también, y fuerza y rabia y decisión. También me dio barba.

Bebí del biberón de los grandes de la historia, pero ninguno llenaba mi ancho pecho mejor de lo que lo hizo Miguel Hernández. El amor ya no fue un problema, pero lo fue la verdad, y la voz de Miguel se tornó caduca, afónica. Volvieron el silencio y las preguntas. Dejé de escribir.

Engordé de tanta pregunta. Si queréis adelgazar, escribid. Escribid hasta vomitar. Buscad el aliento que va del llanto a la náusea y derramadlo sobre el papel.  Mete el dedo en la llaga.

Llora.

Llora como puedas.

Llora a moco tendido por las verdades escritas aun sin ser dichas. Serás más valiente la próxima vez. La escritura doma el tiempo, agarrarlo por las riendas convertirá las derrotas pasadas en victorias. Harás justicia. Darás voz a los que no la tienen, o al menos, un grito de consuelo. Busca en las voces heridas. Todos tenemos una. Una herida honda e inarticulable. Una herida que oculta un secreto, un misterio, altamente protegido. Es el atracón nocturno, llegar siempre tarde, es el alcohol o una cajetilla de tabaco. Y una vez descubierto, no lo reveles. Mantenlo oculto porque no es tuyo, ni de otro, nos pertenece a todos. Sugiérelo. Suave como el silbido que precede a una serpiente. Marca sus limites con los dedos, entra dentro, sin prisa, como el sexo de una mujer. Bésalo. Pues, ¿Qué es un beso sino dos heridas que se cierran?

Vuelve otra vez al cementerio, a casa. Pinta las paredes del color de las grandes pasiones y desgracias que has aprendido. 

Cuéntalo.

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