Mi cena de Nochebuena
Mis amigos y mi familia están preocupados, piensan que pasaré solo este día, yo no, sé que tendré compañía. Invitaré a cinco conocidos, sumados a mi persona seremos seis, el aforo permitido. Ya comencé a armar la reunión, será una cena de Nochebuena diferente.
El primero que aparece en mi mente es Bartleby. Fui a su
trabajo, copia documentos judiciales a mano. Lo entusiasmo para que acuda a la
cena, su presencia sería muy apreciada. Me contesta, predeciblemente: “I would prefer not to” (preferiría no
hacerlo). Recuerdo a Homero. Canta poemas, historias, se acompaña con su lira.
Sería perfecto, tendríamos poesía y música para animar la reunión. No queremos perder
el significado de sus cantos. Busqué en la UV un traductor de griego clásico arcaico.
No encontré estudiantes registrados en esa disciplina. Me comentaron que desde
que el castellano dejó de ser lengua vehicular, los estudiantes miran al futuro:
comunicación por emoticones. Lo descarté pero no me amilané. Decidí invitar a
Juan (Juan C. Onetti). Lo encontré tumbado en la cama, como casi siempre. Para
tentarlo le hablé de mi buena provisión de whiskies: Laphroig, Talisker,
Ardmore, Glenffidich, todos single malt; Teacher’s, Islay Mist y Black Label,
blended. Si nuestra conversación le aburría, podría hojear las policiales
completas de Agatha Christie que poseo. No pasaría ni sed ni aburrimiento. Acepta
venir finalmente, pone una condición: que no le tome fotos (*).
Tengo cuatro sillas por llenar. Pensé en Faulkner, Juan lo
admira. Hay whisky suficiente para ambos. Lo llamé, respondió tan borracho que
no entendí nada, él tampoco. No sé si hablaba inglés o qué; bueno, era como
leer “The sound and the Fury” (El
sonido y la furia). Quiero cursar invitaciones a diferentes mujeres. Pensé en
Julieta Capuleto. Traería frescura y mucha juventud. Hablé con sus padres, resultaron
unos estirados patriarcales. No le permiten salir sola, es una niña de sólo 13
años, argumentaron. El toque de queda es otro inconveniente, si la pilla en mi
piso, la sociedad me acusaría de pederasta. Los Capuletos me echaron en cara el
haber vendido barato (para pagar la cena) mi Alfa-Romeo Giulietta a los Montescos. Sigo con sillas vacías.
¡Oh, una idea! Siempre había querido conversar con Dolores
Haze, Lolita. Nabókov escribió su novela desde la retorcida, compulsiva manía,
y peor depravación de Humbert. Nunca supimos qué pasaba dentro de la cabecita
de niña nínfula de Lo, no le dio voz
propia. Tengo esperanzas de conocer su visión, cómo lo habría contado ella
misma. Le prometí helados con fresas y nata, aceptó sin chistar. Después de mi
fracaso con Faulkner, recordé a Hemingway. Lo admiro. Esa mezcla de gran escritor
y divo aportaría una nota de brillo a la cena, otro huésped interesante. Le
informé que habría abundante whisky, él tampoco es abstemio. Sin embargo, dijo
que sólo aceptaría participar en la reunión si le aseguraba una gran cobertura mediática.
Le dije que no, no aparecerían ni periodistas, ni televisión, ni siquiera se
tomarían fotos. Lamenté mucho que no participara de nuestra cena.
Pensé en Virginia (**), la invité. Seguro que se trenzará con
Juan, está preparada y gusta de los veteranos cultos. Ya estoy saboreando esas
conversaciones. Vendrá, me aseguró que no se iba a perder una buena charla con
Juan, dejará su bebé con una canguro. Virginia, concreta, decidida, de armas
tomar; él, indefinido, indeciso, siempre inconcluyente. Ella no se hace
problemas, llega, le gusta acabar lo que comienza. Juan es como el aire húmedo,
frío, hostil, un viento que penetra el alma y destapa lo peor. No cierra, las certezas
quedan suspendidas, son garúa que se adivina en el suelo, pero no se ve caer.
Virginia es querida, empuja, va adelante contra viento y marea, su frontera es
la que ella define, sus alegrías concretas, sus dudas diáfanas. Las de Juan son
pura niebla, cerrazón, barro, indefinición, sentimientos abortados, acciones
pendientes, deseos frustrados, optimismo en el pesimismo, belleza en la fealdad.
A Juan, todo el mundo le tiene miedo.
Aún me quedan dos sillas por completar. Me gustaría que
James Horowitz (alias Salter) estuviera con nosotros. Como a mí, le gustan
mucho los aviones, fue piloto militar de jets de los 50. Su estilo literario es
el mismo que cuando pilotaba un F-86 en un dog-fight contra un MIG-15 (***), cualquier
maniobra en exceso sería utilizada por el enemigo para derribarle. Al escribir,
todo adjetivo, toda expresión sobrante no hará más que diluir los significados.
James no es un árbol frondoso, es un arbusto robusto, su esencia está bajo
tierra, en raíces enormes, muy extendidas. No aceptó venir, es un hombre de
familia, lo pasará en su casa. Sigo con sillas libres. Se me ocurrió darle un
poco de color a la mesa. Mi antigua compañera de la universidad de Brandeis, Angela Davis sería un invitado
ideal. Fue dirigente de los Black
Panthers (Panteras Negras). Me contestó que no, no vendrá, era de esperar.
Respondió como a comienzos de los 60, me llamó “capitalist pig” (cerdo
capitalista), recordaba que me había reunido en la universidad con la hermana disidente
de Fidel Castro, fue en 1963. Terminó con una recriminación por mi falta de
conciencia política, mi escapismo intelectual. Mientras ella acudía a las
clases de Herbert Marcuse, yo, el inútil romántico, había preferido las de
literatura sobre “ese blanquito clasista
de Hemingway”. Hay cosas que nunca cambian.
Pensé que una dama más tradicional vendría bien en la mesa, contrarrestaría
personalidades como las de Dolores y Virginia. Recordé a Anna Sergeyevna. Con
finesa, amabilidad infinita y ternura de amante me contestó que no nos podría
acompañar, no tenía con quien dejar a su perrito. El completar la lista de
invitados se me está poniendo difícil. Mi mente saltó hacia lo opuesto de Anna,
alguien más coherente con los tiempos que corren. Pienso en Mary Karr. La
llamé, respondió, me preguntó si aquí también llovía como donde ella estaba. Se
sentía invadida por un diluvio color magenta, era de sopa de tortuga, fluía del
suelo hacia el cielo, un cielo cubierto de boniatos color cian. Reconocí su
alucinación, vaya uno a saber qué ácido probó. Interesante de todos modos. No
pudimos conectar, estaba demasiado colocada. Repaso mi lista de conocidos. Dos
de ellos están relacionados con la música: Idea Vilariño (conocí a su hermano músico)
y Felisberto Hernández, pianista. Sé que Idea tenía una fijación con Juan, será
mejor que no venga para evitarle esa presencia perturbadora, lo invadiría la
timidez, quedaría obnubilado. Probé con Felisberto, estaba ocupadísimo trabajando
la versión de piano del Petroushka de Strawinsky, haría el estreno para
Sudamérica. Ni soñar, practicaría toda la noche todas las noches todo el día
todos los días y, entre práctica y práctica, escribiría algún relato. El piano
requiere dedicación, la escritura también. Volviendo a las damas, se me ocurre
invitar a Emma Rouault (Mme. Bovary), también tocaba el piano. Le agradará
estar en un ambiente mundano e intelectual. Juan la aceptará, es lo bastante
trágica como para ubicarla en su mítica Santa María, sería una santamariana
perfecta: indefinida, misteriosa, opaca, alegre y triste al mismo tiempo. A
Dolores le caerá bien, sus amores subrepticios serían pasiones que ella no tuvo.
Virginia le preguntará, y se preguntará, muchas cosas, se mirará en el espejo
craquelado de Emma.
Debido al aforo vigente dejaré la última silla para el gordo
(****). Se sentirá un poco perdido, la cultura no es lo suyo. Me gusta que esté
para contrarrestar la intelectualidad del ambiente, aportará el carácter de un
simple de un tío de campo. Conocí bien a su mujer, en el amplio significado de
este verbo, me siento casi su pariente. Me juego a que el gordo querrá seducir
a Lo, previsible. Por otro lado, alguien me tiene que ayudar con la cena. Todo
lo que sea comida y bebida le encanta. El gordo prometió un lechón mamón
(cochinillo) a las brasas sumado a una gran variedad de carnes y embutidos.
Antes ofreceremos unos hors d’oeuvre
de diferentes procedencias. Mi ex esposa me mandará sus huevos rellenos,
exquisitos. Los viene preparando para estas festividades desde mediados de los
60. Haciendo honor a mis veinte años de vida vegetariana prepararé mi salad maison (brotes verdes y de otros colores, cogollos,
repollo, manzana Granny Smith,
zanahoria rallada, pasas sultanas, higos pajarito secos, nueces y anacardos
partidos, encima lascas de pecorino
romano, aliñaré con aceite OVE (quizá lo único virgen en esa mesa), poco
vinagre de jerez, pimienta negra molida en el momento y aceto balsámico en crema con un apenas de kren mezclado. Le pediremos a Virginia, abusando de la buena
voluntad de su amiga Bárbara, que nos traiga el famoso escabeche que ella
conoce bien. No faltará la ensalada caprese
con mozzarela di buffala y tomates
de Barbastro. Estos tomates son pura pulpa, pesados, la piel es muy fina y se
llega a su interior sin mucho trabajo. Incitan a pensar en poesía. Los segundos
platos serán territorio exclusivo del gordo. Habrá vino Tannat roble reserva
2012. Está tan cargado de taninos (400% más que cualquier otro tinto) que es opaco
en copa, casi no pasa la luz, característica ideal para estos comensales que
manejan la transparencia, la realidad en forma rapsódica, caprichosa, a veces
oscura, impenetrable para los de afuera muchas veces.
A todos les gusta la variedad del menú, también a Mme.
Bobary que ha asistido a banquetes muy elegantes. Estoy excitado por el grupo
de comensales que logré reunir. Veremos cómo se desarrolla la reunión. Recién
comenzamos, hay un poco de tirantez aún, veo que empieza a aflojar. Unos son
conscientes de dónde están, otros, se sienten separados de la realidad, aunque
sus sentimientos sean bien terrenales. Los ubiqué así: en un lado de la mesa
están Dolores y Emma, enfrente Juan y el gordo (cerca de mí para manejar comida
y bebida), en una cabecera senté a Virginia, en la otra, yo, el anfitrión. Sé
que esta disposición funcionará bien. Cuando terminemos les contaré cómo se
desarrolló mi cena de Nochebuena.
Valencia, 24 de diciembre de 2020.
* En 1969 hice fotografías (en mi estilo) de Onetti. Al ver las muestras, se sintió tan deprimido que estuvo dos días tumbado sin salir de su cama (aunque no perdió la sed…). Iniciaba así una actitud que se volvió una constante hacia sus últimos años de vida.
** Protagonista de la novela “Dicen los síntomas”, Bárbara Blasco 2020. Ed. Tusquets.
*** “Dog-fight” es un combate aéreo entre dos cazas. James
Salter piloteó aviones de combate en la guerra de Corea, llegó a derribar un
avión MIG-15 “Fagot” de Corea del
Norte, sólo un F-86 “Sabre” como el
que él pilotaba podía ser un contrincante válido.
**** Es un personaje
de mi relato “Las vías del tren”, 2020. Ver en el blog (pinchar): https://saberesbueno.wordpress.com/2020/12/31/las-vias-del-tren-version-original/
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